Poesía de Bulgaria: «Lumpen-precariado», poema de Valeri Verguílov, en búlgaro y en español

Valeri Verguílov: Nací en el pueblo de Archar, en el Danubio. Hace muchos años. En ese momento, los barcos fluviales Georgi Dimitrov y Dimitar Blagoev todavía cruzaban el Danubio en sus viajes regulares de pasajeros entre Vidin y Ruse. Crecí en Sofía, en la provincia de Vidin y en Vidin mismo, donde estudié en la primera promoción del instituto bilingüe inglés. Mi «carrera» profesional me llevó al periodismo. Trabajé en la Radio Nacional Búlgara y, después de huir de Bulgaria en 1984, en la BBC. He vivido en Londres desde entonces. Después de dejar la radio y de que las ilusiones de que el mundo se volvería más brillante después del colapso del comunismo me abandonaran, tuve más tiempo para volver a mis primeros amores: la poesía y la escritura. Allí y en las amistades busco refugio. Y el sentido de la vida.


Лумпен-прекариат
Те един друг се питат
не чуват ли
франкмасонските чукове
как заковават съдбата им,
не съзират ли
сеизмичните сенки
в плътта на земята им,
няма ли кой да разтълкува
това пълнолуние върху лицата им
бледо линеещи, малко налудни,
няма ли кой да погледне
по това най-последно поречие
не текат ли страховете човешки?
Така те един друг се питат,
малодушно заслушани
в ужасния ритъм
на това предвещаващо чукане,
тези четири такта Бетовен,
които пропукват бетона
на потоците страх,
страх, страх, страх,
затова само питат,
не смеят да се опитат,
не смеят дори да разчитат
на своите събратя в прекариата –
бедните, слабите, нищите
вечни Матееви земни наследници –
неизменно те падат най-първи
в тази може би вече
посмъртна действителност,
в която те виждат и чуват
ковача как плаче
и как със замах удря с чука
по своята собствена чутура,
от милиардите нейни парчета,
като от ухото на древна богиня
нов свят се ражда
и в него те отново са
бедствено бедни,
мизерните.
Lumpen-precariado
Unos a los otros se preguntan
acaso no oyen
cómo los martillos francmasónicos
fijan su destino,
acaso no vislumbran
las sombras sísmicas
en la carne de su tierra,
no hay quien interprete
esta luna llena sobre sus rostros
pálidamente desvanecidos, algo alocados,
no hay quien mire
a lo largo de esta última ribera
¿no están los miedos humanos fluyendo?
Así se preguntan los unos a los otros,
apocadamente ensimismados
en el horrible ritmo
de este adivinatorio batir del destino,
de estos cuatro compases de Beethoven,
aquellos que agrietan el hormigón
de las corrientes de miedo,
miedo, miedo, miedo,
por eso solo preguntan,
no se atreven siquiera a intentarlo,
no se atreven siquiera a contar
con sus hermanos del precariado:
los pobres, los débiles, los desgraciados
eternos herederos terrenales de Mateo:
inalterablemente ellos caen los primeros
en esta ya posiblemente
póstuma realidad,
en la que ellos ven y oyen
llorando al forjador
y cómo este golpea levantando su martillo
por su propia calavera,
y de los millares de sus trocitos,
como del oído de una diosa antigua
un nuevo mundo está naciendo
y en él ellos vuelven a ser
terriblemente pobres,
los miserables.

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